Tortuga Shelly
09/06/10, 21:24
Los relojes
09.06.2010 - JOSÉ MARCELINO GARCÍA
En cajas de puros, en fuentes y soperas escachadas, o sobre una manta de gamuza vieja, casi todos con las fuerzas agotadas, encontramos por el Rastro cientos de relojes asolados de silencio, herméticos, inservibles, parados en esta su hora de ruina y entumecidos en su metal. Las manillas quebradas de muchos de ellos narran las mil manos que los han gitaneado. Manos de todas clases y sexos: heladas y desveladas, manos clementes y obscuras, perfumadas y duras, blancas y negras, manos deshabitas o llenas de amor.
Sean grandes o pequeños, estos relojes (sin fuerza alguna muscular) tuvieron un implacable mando sobre la vida, un mecánico poder en sus más intrincadas bielas y resortes, un pulso sonoro y continuado salido de su corazón hecho de rubíes. Todos ellos fueron gravando, sobre la chapa dura de nuestras osamentas, las muescas de sus horajes, hasta señalar, con su flecha envenenada, el minuto final y desguazado de nuestra biografía.
En el suelo caídos, sin que valgan ya gran cosa, comparten unos con otros la afligida tristeza y el recuerdo de haber sido marcas de cartel, esferas luminosas de novios impacientes, sonaría por las rondas de la noche en tranquilas estancias llenas de silencio, cómputo del tiempo que llora, que besa, que fuma, que ríe, que duerme, que odia, que vuela. para no volver.
Sólo los que buscan el eterno retorno de las cosas, los sempiternos relojeros de mesa y lucecita en un portal con ventana a un callejón, los que quieren poner de nuevo en hora el corazón, compran sabonetas con tapas de platería, relojillos antimagnéticos de cadete y de muchachas en flor, bellamente anacrónicas, relojes fervorosos de niños comulgantes, Cymas y Certinas de los pagados con cupones. y algún camarada Roskopf, reloj suizo y proletario, hecho con el frío acero ruso de la revolución. Todo esto, por el Rastro gijonés, en las mañanas de domingo, a las orillas del Piles, bañado por la sombra verde de los copudos tilos, cuyas flores perfuman el aire de adormidera.
ENLACE (http://www.elcomerciodigital.com/prensa/20100609/opinionarticulos/relojes-20100609.html)
09.06.2010 - JOSÉ MARCELINO GARCÍA
En cajas de puros, en fuentes y soperas escachadas, o sobre una manta de gamuza vieja, casi todos con las fuerzas agotadas, encontramos por el Rastro cientos de relojes asolados de silencio, herméticos, inservibles, parados en esta su hora de ruina y entumecidos en su metal. Las manillas quebradas de muchos de ellos narran las mil manos que los han gitaneado. Manos de todas clases y sexos: heladas y desveladas, manos clementes y obscuras, perfumadas y duras, blancas y negras, manos deshabitas o llenas de amor.
Sean grandes o pequeños, estos relojes (sin fuerza alguna muscular) tuvieron un implacable mando sobre la vida, un mecánico poder en sus más intrincadas bielas y resortes, un pulso sonoro y continuado salido de su corazón hecho de rubíes. Todos ellos fueron gravando, sobre la chapa dura de nuestras osamentas, las muescas de sus horajes, hasta señalar, con su flecha envenenada, el minuto final y desguazado de nuestra biografía.
En el suelo caídos, sin que valgan ya gran cosa, comparten unos con otros la afligida tristeza y el recuerdo de haber sido marcas de cartel, esferas luminosas de novios impacientes, sonaría por las rondas de la noche en tranquilas estancias llenas de silencio, cómputo del tiempo que llora, que besa, que fuma, que ríe, que duerme, que odia, que vuela. para no volver.
Sólo los que buscan el eterno retorno de las cosas, los sempiternos relojeros de mesa y lucecita en un portal con ventana a un callejón, los que quieren poner de nuevo en hora el corazón, compran sabonetas con tapas de platería, relojillos antimagnéticos de cadete y de muchachas en flor, bellamente anacrónicas, relojes fervorosos de niños comulgantes, Cymas y Certinas de los pagados con cupones. y algún camarada Roskopf, reloj suizo y proletario, hecho con el frío acero ruso de la revolución. Todo esto, por el Rastro gijonés, en las mañanas de domingo, a las orillas del Piles, bañado por la sombra verde de los copudos tilos, cuyas flores perfuman el aire de adormidera.
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