Aquí teneis otra demostración de que el Premio Nobel de la Paz (casi igual que el de literatura) ha entrado en una decadencia obvia hasta llegar al extremo de que los políticos se lo conceden a sí mismos para autocomplacerse todavía más en su limbo privado e intocable, en su posición de comodidad "ya tengo la vida solucionada, para qué voy a hacer nada, y encima me dan premios para que esté todavía más contento".

Está claro que ya casi nunca se concede a personas que han dedicado su vida a luchar por los demás, a sacrificarse para conseguir que otros sobrevivan o simplemente para lograr que tengan unas condiciones mínimamente decentes de vida, como fue el caso del recientemente fallecido Vicente Ferrer y muchos, muchos otros de los que no se acuerda ya nadie. Y la lista de injusticias sigue aumentando, mientras el Premio Nobel se entrega a políticos como Al Gore o al Presidente Obama, que todavía no ha demostrado nada ni dentro ni fuera de los Estados Unidos (bien es cierto que lo tiene difícil, después del desastre total sufrido por culpa de su tristemente catastrófico predecesor y sus locuaces "amiguitos").

Y mientras los verdaderos merecedores de ese Premio, los que verdaderamente deberían ser recordados, los que con el dinero que acompaña al premio podrían seguir trabajando por el bien de tantas y tantas personas sin recursos, siguen muriendo en el más absoluto silencio y sin que nadie sepa lo que han hecho.

Aquí teneis otro caso excepcional, vale la pena leerlo y después sacar conclusiones sobre la concesión de dichos Premios (o mejor, la no concesión a quien debería).


El premio no se lo lleva siempre el que más se lo merece

Irena Sendler
Una señora de 98 años llamada Irena acaba de fallecer.

Durante la 2ª Guerra Mundial, Irena consiguió un permiso para trabajar en el Ghetto de Varsovia como especialista de alcantarillado y tuberías.
Pero sus planes iban más allá... Sabía cuales eran los planes de los nazis para los judíos (siendo alemana).
Irena sacaba niños escondidos en el fondo de su caja de herramientas y llevaba un saco de arpillera en la parte de atrás de su camioneta (para niños de mayor tamaño). También llevaba en la parte de atrás un perro al que entrenó para ladrar a los soldados nazis cuando salía y entraba del Ghetto. Por supuesto, los soldados no querían tener nada que ver con el perro y los ladridos ocultaban los ruidos de los niños. .
Mientras estuvo haciendo esto consiguió sacar de allí y salvar 2500 niños. Los nazis la cogieron y le rompieron ambas piernas, los brazos y la pegaron brutalmente.
Irena mantenía un registro de los nombres de todos los niños que sacó y lo guardaba en un tarro de cristal enterrado bajo un árbol en su jardín.

Después de la guerra, intentó localizar a los padres que pudieran haber sobrevivido y reunir a la familia. La mayoría habían sido llevados a la cámara de gas. Aquellos niños a los que ayudó encontraron casas de acogida o fueron adoptados.
El año pasado Irena fue propuesta para recibir el Premio Nobel de la Paz... Pero no fue seleccionada
Se lo llevó Al Gore, por unas diapositivas sobre el Calentamiento Global, y en 2009, Obama sólo por buenas intenciones.
¡No permitamos que se olvide nunca!